jueves, 17 de abril de 2014

El lenguaje ofensivo

Me hace reflexionar y me entra una morbosa curiosidad...
¿Por qué para referirnos “positivamente” hacia nosotros necesitamos descalificar o vejar a otros? 
¿Será que no sabemos vendernos de otra manera? 
¿Será que lo que nos hace resaltar es que los otros sean o parezcan bien miserables?

 El lenguaje ofensivo es muestra de una falta de argumentos que validan nuestra posición frente al mundo (no es maldad) simplemente desdice de quien lo usa, a demás que da muestra de alguna perturbación psicológica que aqueja a quien abusa de ella. Referirse ofensivamente hacia otros es una respuesta típica de quien previamente se ha sentido invalidado, e incluso ignorado. Con esto no quiero decir que justifico el lenguaje ofensivo, pero si procuro entender y comprender qué lo causa.



El lenguaje ofensivo va acompañado de una historia de muchos dolores y muchas frustraciones. Generalmente cuando lo usamos, “algo interno” y que nos perturba  sale de nosotros produciendo cierto alivio. El lenguaje ofensivo le da un tono elevado a nuestras emociones, cuando lo usamos nuestros interlocutores perciben nuestra ira, pasión, odio o frustración como más intensa e incontrolable, a demás de darle fuerza.

 Cuando hablo del lenguaje ofensivo no implico solamente el uso de “malas palabras”, me refiero a cualquier forma de expresión escrita, hablada e incluso gestual que se usa para insultar, descalificar o invalidar a otros. El lenguaje ofensivo resulta perjudicial para entablar diálogo y soluciones a problemas que nos competen a todos, obstruye la salida donde todos ganan, y peor aún, tranca el juego de la comunicación en su totalidad.

 El lenguaje ofensivo produce una fractura en las relaciones humanas difícil de sanar y es un deformador del sano desarrollo personal.  Podría ser uno de los causantes de algunos trastornos psicológicos. Éste viene de la violencia y también la incita. Nadie ha dicho que comunicar para entendernos y comprendernos es una tarea fácil. Pero cuando a ello agregamos la ofensa, imposibilitamos cualquier decisión, solución, aprendizaje o crecimiento en nosotros o en nuestro ambiente. 
El uso del lenguaje ofensivo desdice de nuestras capacidades y habilidades para encontrar caminos creativos, armónicos y productivos. 

Cuando el lenguaje ofensivo es utilizado por figuras que representan autoridad tales como: padres, maestros, jefes, líderes políticos, artistas o religiosos entre otros, las repercusiones que estos tienen tomará más fuerza y el daño producido será mayor. Todos aquellos que ejercemos un liderazgo, cual sea su naturaleza, deberíamos evitar a toda costa utilizarlo, pues al hacerlo sembramos malestar en otro y lo más probable es que éste a su vez también lo haga creando entonces un efecto dominó, prácticamente imposible de tener.

 El lenguaje ofensivo crea defensa
y ésta a su vez resistencia a todo posible acuerdo entre las partes. La manera de detenerlo es no continuarlo, trascenderlo y buscar comprender a quien lo use, responder a la ofensa con más ofensa no solo es perturbador, también impide un clima adecuado para educar, crecer y sanar.


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