La envidia aunque sea silenciosa es un veneno extremadamente potente. Observo con cuidado a personas que aún teniendo una vida, codician la ajena. Gente que murmura un odio incorregible, miran con apetito voraz los dones ajenos.
Quien envidia tiene un pobre concepto de si mismo, no sabe reconocerse.
Muchos piensan que la envidia es admiración encubierta y quizá no esté muy alejado de la realidad. ¿Pero qué hay en el fondo de la envidia?
Envidiar no es bien visto ni para el envidioso. Por eso procurará encubrir su envidia con otros sentimientos o actitudes.
El envidioso dirá compulsivamente que no envidia o que no tiene nada que envidiar a otros. Cuando esa repetición lo que hace es revelarlo.
Envidiar no tiene sentido cuando comprendemos quienes somos.
Envidiar nos muestra nuestra incapacidad de descubrirnos únicos e irrepetibles.
La llamada envidia "sana" no existe como tal. La envidia es empobrecimiento de nuestra estima.
Eso que llamamos envidia "sana" pongámosle el nombre que merece, admiración. Decir que sentimos envidia de la "sana" es bajar nuestro nivel de poder reconocer la virtud que hay en nosotros y en el otro. La envidia es una cosa y la admiración es otra, mejor no la confundamos.
Reconocer que somos únicos e irrepetibles nos asoma que la envidia no tiene sentido. No podemos ser como otros ni ellos como nosotros.
Nadie es ni será como tú. Tu vida, razón, existencia y misión es tan única en este universo que al comprenderlo la envidia pierde todo sentido.
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