La culpa, un sentimiento que impide el desarrollo personal y espiritual, amiga inseparable del sufrimiento perpetuo de quienes la practican. La culpa te ciega ante la verdad, te hace esclavo de tus retorcidas ideas sobre la vida, no te deja apreciar tu propio valor ni sentir la bondad que está inherente a tu ser.
La culpa es el invasor más perverso del lugar que deja la responsabilidad cuando se va. No asumir tu vida y las circunstancias que te tocan es una manera de negarte a tu verdad personal y a comprender que tú eres quien se conduce y puede modificar. Cuando nos sentimos culpables nos enfocamos en condenarnos y en vez de modificar, corregir o perdonar el error, nos encerramos en un ciclo vicioso de sufrimiento para no ver lo redimible y valioso que hay en cada uno de nosotros.
Quizá la culpa sea una razón más de "justificar" que no merecemos el amor ni el perdón propio y ajeno. Somos víctimas de nuestro sentimiento de culpa, él nos condena y también nos incapacita para actuar en función de mejorar. No confundamos la culpa con la responsabilidad, ellas son contrarias porque sus efectos sobre nuestro comportamiento son sumamente diferentes. Y es que quien se culpa tenderá a culpar, se convierte en víctima suya y de la sociedad.
Cuando nos responsabilizamos asumimos los compromisos personales inherentes al cambio y esto facilitará mucho más el aprendizaje. Responsabilizarte no le dejará cabida a la condena eterna o a la victimización. Cuando asumes, hay aprendizaje y cambio. El solo hecho de observarte para reconocer tu error o condición pero a la vez comprender el aprendizaje que éste te trae no le dejará cabida a la culpa para entrar, lastimar e incapacitar.
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