jueves, 24 de marzo de 2016

MI DIARIO. Meditación #13

La madurez espiritual es ese proceso que comienza cuando una persona acepta que está en crecimiento y conscientemente procura éste. 
Promover tu crecimiento, exponerte para crecer, trabajar en él con el propósito de superarte a ti mismo. 

Es un trabajo bastante personal e íntimo, pero sin nada de egoísmo. En pocas palabras, asumiendo que no se es el centro, pero si parte esencial del TODO. 

Crecer espiritualmente no es una carrera contra nadie, por lo tanto, no son necesarias las comparaciones y tampoco hay ganadores ni perdedores. Tampoco habrá quien sea más importante que el otro, cada parte tiene su relevancia. 

Eso es fácil de comprender si realmente asumimos que no estamos aislados o separados y que somos parte del TODO. 

Imagina un cuerpo (un sistema) que funciona gracias a la cooperación de muchos órganos y de repente el corazón o cualquier otro órgano  diga que trabajará para sí solo (eso tendría poco sentido lógico y funcional) ninguno podría sobrevivir ni cumplir su función si no es sustentado por todo lo que forma el sistema. 

En mi manera de entender la vida comprendo que no soy el centro y que no busco mi superación o el cumplimiento de mi propósito para mantenerme o sostenerme a mí misma. Reconozco profundamente que soy parte de ese todo y que el trabajo por madurar espiritualmente es valioso no solo para mí, lo que hago, pienso o siento afecta a un sistema, a un todo. 

El proceso de maduración espiritual no tiene un atajo y suele ser lento porque prácticamente no nos educan para ello. 

Qué padre o maestro le pide a sus hijos o discípulos detente, deja la prisa, respira, escucha y está atento a tu cuerpo, observa el fluir de tus pensamientos, percibe lo fluctuante de tus emociones y luego decide cómo actuar, qué hacer. 

La mayoría de nuestros guías sugerirán un camino, y lo más seguro es que si no lo sigues dirán que eres "desobediente", "rebelde", de poca fe, etc. 

Yo no creo en la obediencia a ciegas y así estamos casi todos. Dormidos, ciegos, desatentos, en desconocimiento de nuestra naturaleza interna, inconscientes, en pocas palabras, sufriendo...

Y es que cualquier pendejada nos agobía:

"No tengo dinero para viajar o comprar un par de zapatos marrones"
"Mi jefe me mira feo, parece que me discrimina" 
"Tengo mucho que limpiar, que horror pasar el día lavando platos" 
"Mi esposo tiene otra."
"Mi hijo se porta mal en la escuela."
"¡Que terrible! Mi carrito tan viejo y ni pan puedo hoy comprar" 

Y paremos de contar, son demasiadas y sería una gran pendejada seguir escribiéndolas. 
Cada uno conoce sus propias pendejadas...

Si iniciáramos nuestro proceso de maduración espiritual seríamos muy obedientes a nuestra voz interior. No a esa que nos fabricaron en casa o en la sociedad. 

 Esa voz de la que hablo es tan única, tan personal, solo tú puedes descubrirla, develarla, desempolvarla; porque ha estado allí, pero desde muy chicos no las callan. 

Tu función, tu propósito está en tu fuero interno y allí arde y dicta sus directrices. 

Quizá por ello es que algunos hablan tanto del silencio y de lo importante que es callar esas voces que no nos pertenecen y que lo que hacen es desvirtuar nuestra naturaleza, confundirnos, enfermarnos y desviarnos del camino. 

Ahora, ¿Cómo sabes que no te pertenecen? 
Porque  sufres y vives en drama cuando las escuchas o las sigues. 


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